25 de abril de 2007

Yo. El Leñador

Yo vivía en el popular barrio de Los Cuentos Tradicionales y era el vecino de Alicia… Sí, la que se recorrió el País de las Maravillas gracias a Lewis Carrol…

Muchas veces, trabajaba en el mantenimiento de la piscina con forma de corazón de Caperucita La Roja, que se había hecho rica y famosa gracias a los potentes flujos de caja que le había proporcionado su historia, con lo que dejó atrás sus tendencias políticas para siempre y se convirtió en una reafirmada pija sin escrúpulos. Además, Los Tres Cerditos se hicieron gestores inmobiliarios y me encargaban bastantes trabajos, así que el dinero que ganaba era el suficiente para vivir.

En fin, que aquel era un barrio de famosos y yo, El Leñador, no pintaba nada allí, pero gracias a mis conocimientos de fontanería, electricidad e instalador, en general, y mi reputación como manitas, en particular, me salió este puesto. Y… Damas y caballeros, yo era el chapucillas del barrio de Los Cuentos Populares. No está mal, ¿eh? Después de diez años, sigo sin acostumbrarme, sobretodo cuando les da por pagarme con galletitas y mariconaditas por el estilo, que entonces me entran ganas de seguir talando árboles indiscriminadamente a pesar de haberme obligado a dejar mi profesión y firmar Kyoto. Aquello fue como perder mi identidad, ni IKEA me contrataba. Fue frustrante.

Sin embargo, mis mayores problemas me los proporcionaba Alicia la vecinita. Estaba loquita por mis huesos y tendones, me perseguía, me llamaba, no me dejaba tranquilo. Le daba por meterse en mi cuarto de baño en tamaño una pulgada para espiarme sentada en el cepillo de dientes -que parecía ser un lugar de gran visibilidad- y luego dibujaba corazones de vaho en el espejo a modo de firma.

Aquella niña me acosaba hasta el hastío, así que acabé citándola ante los tribunales.

- ¡Culpable! – dijo el juez fríamente.

- ¿Cómo? ¡Mierda!

Para más INRI fallaron a su favor, tachándome de infanticida por la cara. Después del juicio me fui a casa, entré en la cocina, abrí el cajón del pan y ¿qué me encuentro?: ¡otra vez la vecina! Más que infanticida, debería haberle soltado al juez: soy un “pulguicida”, señor. ¡No te jode!

Unos meses más tarde, me enteré de que Alicia había seducido a mi abogado, por lo que las probabilidades de salir bien parado en aquel juicio estaban tan fuera de mi alcance como ser el protagonista de algún cuento tradicional…